martes, 18 de noviembre de 2008

Otra vez la muerte...

Con lo difícil que me resulta acercarme a las personas que sufren la muerte de cerca, iba pensando mientras caminaba por la calle, y tengo la inmensa fortuna de que nunca he estado en el papel del que recibe las condolencias... casi da miedo decirlo. La semana pasada murió la compañera del profesor de mi hijo, de repente, sin venir a cuento, y la reacción en lo social fue rápida: llamadas a otras madres, encargo de flores... esas muestras más anónimas de cariño, o casi de solidaridad. Pero yo pensaba en la necesidad de expresar mi apoyo personalmente. Para mí es una necesidad porque, como digo en algún otro post, este aspecto de la vida adulta lo he desarrollado de menos. Y me estaba devanando los sesos, porque no sabía cómo hacerlo, cómo acercarme, qué decir en el momento y, una vez más usuaria de esa inmensa fortuna de que hablaba, paseando en la lloviznosa mañana pamplonesa, me he dado de bruces con el profesor. Así que, con toda la empatía, con todo el cariño, con ese indefinible gesto "sonrío para tí aunque lloro tu pena por dentro" le he abrazado, le he preguntado y animado y escuchado, unos minutos, y cuando nos hemos despedido, he sentido un alivio, una liberación tan grande por que había conseguido hacer dignamente algo que nadie nos enseña a hacer, que casi se me mezcla con la pena y me echo a llorar allí mismo. A veces me pregunto cómo es posible ser depositaria de tanta y tan buena suerte...