sábado, 19 de abril de 2008

El dolor de los demás, ¿también es mío?

Llevo un par de meses dando vueltas a esta idea. No es que me haya conducido a estas reflexiones una cuesta abajo propia, sino una sucesión de eventos, geográficamente cercanos, que me han llenado la cabeza temporalmente de desgracias ajenas... Mis inquietudes respecto a estos sucesos seguramente no son originales ni únicas, pero por algún motivo, algunas ideas se han resistido abandonarme.
En el patio del colegio veo, algunos días, a dos padres viudos, recientemente viudos, que se erigen firmemente los dos en toda su estatura, sin arrugarse, cada uno en su estilo... Uno de ellos, con los hijos muy pequeños, me produce una ternura incomprensible, me muero de ganas de decirle "ánimo, valiente, vas a poder con ello, todo lo que te está doliendo pasará...". Entiendo por primera vez la frase "te acompaño en el sentimiento", que debe querer decir algo como "viendo lo que te ocurre, puedo perfectamente imaginar lo que me dolería si me pasara a mí"... Pero no me atrevo a acercarme...Cuando me mira tiene una cara de tanta pena, de tanta impotencia, de tanto desconcierto que no me atrevo a acercarme, no.
El otro, con unos hijos algo mayores, pero no mucho más, no ha conseguido transmitirme su dolor, sino su alivio. Su mujer se quitó de en medio, acabó con su infierno personal, y parece que se llevó, de paso, parte del infierno de los que la rodeaban. Esto es lo que siento cuando le veo a él, y cuando veo a sus hijos... no su dolor ...
Cuando una de mis amigas se quedó viuda, me dolió tanto que tarde casi un medio año en acercarme a ella, y entonces ya no le dolía, no de la misma manera, así que me ayudó a recordar al muerto con la alegría de cuando estaba vivo y nos daba a todos el coñazo...

Hace un tiempo vi una película (Elizabethtown) que trataba sobre un viaje personal del macizo Orlando Bloom (bueno, del personaje al que representaba), y que se produce a raíz de la muerte de su padre. El magnífico funeral laico que organizan sus familiares y amigos, en el que lejos de pensar en la tragedia de un futuro sin el difunto, se regodean en lo maravillosa y miserable que fue la vida con él en el pasado... Qué envidiable forma de atenuar el dolor, de compartir el dolor para que se diluya entre todos los que le quisieron, qué increíble forma de aceptar que ya no bailaremos más, pero ¡que nos quiten lo bailao!


Mi conclusión es que nuestro silencio magnifica el dolor, y nuestra cultura sufridora y abnegante se ceba en la tragedia, tanto que nos duelen los muertos de los demás, a los que ni siquiera conocemos, a los que incluso no apreciamos, por que encontramos cierta complacencia en sentir compasión por los que nos rodean...

Viva la vida que vivieron los muertos mientras fueron capaces de disfrutarla. Bien por nosotros que vamos a conseguir ser felices y brindar a nuestros muertos las ganas de vivir que aún nos quedan. Porque nos lo merecemos. Porque se lo merecen.

jueves, 3 de abril de 2008

La escuela y la educación

Siempre me he preguntado cómo debía ser exactamente el reparto entre los padres y la escuela en la educación de los niños. Por supuesto, la respuesta es que "depende" de los niños, la escuela y los padres. Muchas variables. Una tiende a pensar que aquello en lo que los padres llegan peor será lo que el maestro o la maestra (en adelante, sólo la maestra, como fórmula mixta, por economía del lenguaje y por evidencias estadísticas), como decía, será lo que la maestra elija para hacer más hincapié, o aquello en lo que el niño esté más flojo... Sin embargo, la aproximación más simple que he oído no va por ahí: los padres educan y la escuela forma. Bueno, seguramente esto es lo que debía ser hace tiempo, cuando los valores más básicos formaban parte del acervo cultural, en tanto que el conocimiento estaba en el haber de unos pocos. Ahora no es exactamente así la cosa. Sin tener unos datos precisos, creo que la población en general está más formada ahora que antes, por ejemplo, cuando se estableció la enseñanza obligatoria hasta los 14 años. Y, sin embargo, aunque se hayan introducido eso que llaman contenidos transversales, basados en valores noroccidentalmente válidos como la solidaridad, los derechos humanos, o el respeto al medioambiente, otros valores han sido dejados de lado tachados de "adoctrinamiento" por el establishment educativo.
Por otra parte, al hacer la escuela un derecho de todos los niños, se han integrado niños con capacidades motoras, o intelectuales, o sensoriales que dificultan de manera significativa su capacidad de aprendizaje. Esto es parte de lo que se conoce como atención a la diversidad.

¿Así pues, la escuela está, por fin, al alcance de todos?

Pues creo que no. Creo que sigue habiendo niños que lo tienen muy difícil pero por motivos bien diferentes. Niños que pasan el día en otro planeta, donde se divierten y encuentran desafíos para su inquietud por conocer y por crear. Estos niños deben asistir a la escuela las mismas horas que los demás, para aprender los contenidos que se enseñan en una décima parte del tiempo, y sin embargo no les van a enseñar a adaptarse, a socializar, a canalizar sus ganas de saber o su capacidad de crear. La escuela les va a enseñar a sumar durante 4 años, a multiplicar durante otros 4, y sin embargo, no les va a enseñar nada que no esté en "curriculum de ciclo".

Mi pregunta a los políticos, a los administradores, a las maestras, es: ¿cuál es la diferencia, repecto a lo que debe darle un sistema educativo universal, entre un niño que está en un extremo de la gaussiana por la izquierda, y uno que lo está por la deracha? ¿Qué juicio moral y judeo-cristiano estamos haciendo sobre las capacidades intelectuales para que, cuando uno es niño, y depende aún de los adultos, necesite y merezca más atenciones especiales en la escuela si está en uno de esos extremos que si está en otro?

De hecho, no es lo mismo intentar empujar a los niños del extremo izquierdo hacia la zona que rodea el centro, en la que están la mayoría de los niños - esto es, estimular - que empujar a los del extremo opuesto a esta misma zona - esto es, amputar. Es muy triste que, habiendo distribuciones gausianas en tantas dimensiones, no se elija de cada individuo aquello en lo que necesita refuerzo para dárselo.

Estoy segura de que todos los niños podría sacar un buen partido de la escuela, si todos pudieramos admitir que las necesidades educativas de los niños no dependen de lo que las origina, ni medirse únicamente por la capacidad de adquirir conocimientos o destrezas.